(del laberinto al treinta)


miércoles, 22 de julio de 2009

Mi día en que el Hombre llegó a La Luna

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No iba yo a ser menos yo y dejar de contar, como han hecho millones de periodistas, escritores o blogueros, dónde me pilló LA LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA. Hace 40 años. Mama mía. 12 años contaba la criatura que habitaba en mí y guardo del evento un recuerdo nebuloso por cuanto realmente yo no me encontraba en la Tierra por esos días. Al menos en la Tierra que contempló a través de millones de ventanas televisivas el baile sincopado de los astronautas en la atmósfera amniótica de la superficie lunar. No, durante esos días y durante todo ese verano yo me encontraba navegando por las aguas del estrecho de Melaka, por las de Borneo y por las de la India misteriosa a bordo de un barco pirata transmutado en su propio capitán socorriendo a los necesitados y defendiéndolos del abuso de los poderosos y malvados ingleses. Físicamente sin embargo me encontraba en un lugar apartado de la costa oriental de Málaga, donde mi padre administraba una residencia de verano. Al principio de ese verano recibí con la llave de la biblioteca de la residencia el título oficial de bibliotecario. No estaba muy bien surtida pero contaba con una mediana oferta de libros clásicos de aventuras. Lo primero que hice fue camuflar los libros más interesantes, la colección de Sandokan, el Tigre de Malasia de Salgari y un buen número de novelas de Verne, entre otras, el Viaje a la Luna. Los clientes las encontraban conforme yo las iba terminando, lo que no tardaba en ocurrir. El horario de apertura era de 9 a 10, cuando yo me agarraba mi libro y me dirigía a las más apartadas zonas de los acantilados, lo más alejado posible del barullo de la playa, para desesperación de mis padres. Allí convertía el doméstico Mediterráneo en los peligrosos mares de Borneo, me trasladaba a las lejanas tierras que describían los libros y dejaban de importarme las demás cosas que pasaban a mi alrededor. Recuerdo que ya había leído el Viaje a la Luna de Verne, pero que no me gustó demasiado, fundamentalmente porque aborrecía la ciencia ficción. Sigo aún guardándole a ese noble género cierta prevención. Por otra parte había un solo aparato de televisión en una siempre abarrotada sala para toda la residencia y un espíritu tan repelente como el mío no solía aparecer nunca por allí. Así que cuando a mi aislada mente de niño rarito llegaron las noticias voceadas por todo el mundo de que un yanqui había pisado la luna mi interés no cambió un ápice desde la cubierta de mi barco malayo al de ninguna plateada nave espacial. Yo creo que no contemplé las imágenes de marras (esas cuyos originales han tan estúpidamente, desaparecido) hasta después del verano, cuando ya me encontraba de vuelta en Córdoba y la televisión de casa seguía regurgitándolas de vez en cuando.



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Estos días me he interesado más y mi natural atravesado y renuente se ha quedado con las partes más mostrencas del evento. Lo primero que me ha sacudido ha sido una aseveración incluida en un artículo de El País de Javier Calvo sobre la conmemoración:




Cuando en 1961 John F. Kennedy le pidió a Lyndon Johnson consejo para iniciar un proyecto que devolviera al pueblo americano la sensación de supremacía perdida tras el paseo espacial de Gagarin, el estoico vicepresidente tejano propuso entre otras cosas un revolucionario proyecto de irrigación masiva que beneficiaría al Tercer Mundo. A Kennedy, claro, le pareció mucho más épico poner a un americano en la Luna. Y pese a que Johnson le señaló a su presidente que los beneficios científicos del viaje a la Luna serían muy "limitados" (léase "inexistentes"), el proyecto Apollo inició su andadura de una década. Ahora, 20 años después del fin de la Guerra Fría, aquella Edad de Oro de la carrera espacial parece mucho más lejana de lo que es en realidad. Con la salvedad de algunos experimentos con microgravedad, las únicas aplicaciones de la conquista del espacio han terminado siendo el desarrollo de la industria de los satélites de comunicación y la captación de imágenes meteorológicas. Todo espíritu de frontera ha desaparecido. Los paseos por la Luna ya son las ruinas de un edificio futurista. Un recuerdo televisivo de infancia. La versión americana de la boda del príncipe. Mucho menos relevante para entender nuestra cultura que, por ejemplo, la muerte de Lady Di.




Lo de la irrigación masiva que beneficiara a todo el Tercer Mundo hubiera sido la repanocha ¿qué no? Eso si que hubiera sido una fazaña de la que los soviéticos no hubieran podido recuperarse. El Gran Satán capitalista procurando la alimentación de millones de miserables del Tercer Mundo. Contra eso la propaganda estalinista no hubiera tenido la menor oportunidad.

Hoy, leyendo esa historia, de la que deberé comprobar de todas formas su veracidad, me ha caído un poco peor el presidente católico mártir de la Sonrisa Profiden.

También he recordado (me han recordado, porque lo había olvidado) que el segundo hombre que pisó la Luna, Buzz Aldrin, lo primero que hizo tras poner los pies sobre la polvorienta superficie fue comulgar bajo las dos especies, bajo el rito presbiteriano. Luego al cabo de los años cayó en el alcoholismo y la depresión. No se puede asegurar que ambos hechos estén conectados, pero probablemente lo estén: la plácida estupidez de muchos creyentes nunca no les sale gratis. Y por lo que he estado viendo por ahí parece que todos los demás astronautas yanquis fueron no ya sólo creyentes, sino además fervorosos. Uno de ellos, James Irwin, que también pisaría la Luna posteriormente, gastó tiempo, insensatez y fortuna buscando el arca de Noé en el monte Ararat. Parece ser que los elegían conscientemente así de burriciegos para contrastarlos con los oficialmente ateos soviéticos. Tan burriciegos como para no plantearse que el hecho de que pudieran pisar el satélite lunar respondía exactamente al triunfo de la ciencia sobre las más oscuras supersticiones que nacieron para proveer explicaciones míticas a los fenómenos naturales inexplicables cuando aquella aún no había desarrollado explicaciones razonables para todos ellos o al menos no había demostrado que siempre los hay.

Seguro que alguien podrá decirme que debería respetar (o sea tragarme mi opinión acerca de) las creencias religiosas de la gente. Pero no pienso hacerlo por dos razones: la primera porque las ideas, y las creencia religiosas lo son y no tienen porque contar con un estatuto especial, no son respetables, sino que lo son sólo las personas que las sustentan. Yo respeto a las personas, o sea no las agredo ni les impido el ejercicio de ninguno de sus derechos, incluido el de expresarse libremente, pero nadie debe exigirme que deje de decir que sustentar que dos y dos son cinco es una estupidez del mismo calibre que afirmar que por haber nacido en octubre soy más sensato que si lo hubiera hecho en enero o que existen seres sobrenaturales que velan por nosotros y que las tres pertenecen al ámbito de la imaginación y que chocan flagrantemente con las evidencias que la ciencia procura en contra de dichos presupuestos. Y si ellos tienen derecho a sustentarlo públicamente, es decir, a invadir el espacio público con ellas, yo también lo tengo a sustentar su refutación. La segunda es por simple derecho de defensa propia. El convertir esas ideas/creencias en materia pública puede y de hecho yo lo hago, considerarse una agresión a mi derecho a no recibir las salpicaduras de sus masticaciones religiosas. Así que mi modestísima venganza es considerarme con derecho a decir también públicamente lo que pienso de ellos.

Es más, me considero con derecho a sustentar que el apostolado que esas personas ejercen para extender esas patrañas es dañino para el normal desarrollo de la personalidad de los cachorros de ser humano que puedan tener acceso a ellas. Y que el mantenimiento de las mismas ha obedecido siempre y sigue obedeciendo aún al deseo de dominio de los mecanismos de control de los individuos para su mejor manipulación.

Ayer hubo un impresionante eclipse solar en buena parte de Asia. Millones de personas asistieron a ese maravilloso fenómeno natural. Muchas de ellas seguro que sufrieron de las explicaciones mitológicas de los sacerdotes que les administran las creencias. Pero afortunadamente la mayoría goza actualmente de las condiciones de conocimiento para decidir voluntariamente si aceptan que el oscurecimiento del sol fue una muestra de poder de las divinidades de las que se autoconsideran vicarios o simplemente un fenómeno físico astral perfectamente explicable por la ciencia actual. El que unos astronautas de formación científica siguieran pensando que habían llegado a la Luna por la exclusiva voluntad de un ser todopoderoso construido de la misma materia imaginaria que el Hada Melusina o el Pato Donald es lo que a mí me llena de una delirante zozobra.

3 comentarios:

Paco Muñoz dijo...

Entonces Manuel esa es la razón del estudio del malayo.

Nos hemos reído mucho, Conchi y yo con la lectura del texto, aunque muchas cosas no son para reír, son para llorar.

Yo estaba sufriendo otra comedura de coco, otro acondicionamiento cerebral de la misma índole que la superstición eclesial, era el acondicionamiento de mi mente a la orden de un Sr. al, izquierda, derecha, alto, firme, ¡Ar!

Estas cuestiones de acondicionamiento cerebral son idénticas, aunque "los chamanes" también acondicionaban a todos los guerreros, y la mayoría se dejaba. A las tres de la tarde un cura- militar, nos daba la clase de religión y, como es lógico a esa hora, después del rancho, la inmensa mayoría caía en los brazos de Morfeo, eso les permitía no tener que esperar al domingo para la hostia, se la daba allí mismo el cura-militar.

Esta enseñanza religiosa competía en absurda con la enseñanza militar del libro "Vencer", no se podía llamar de otra manera, biblia de la teórica militar de la inmensa mayoría de los cuarteles, donde en el capítulo referido a la guerra nuclear, te daban la recomendacion de que si tiraban una bomba atómica en el frente en el que estuvieras defendiendo a la patria, lo primero era no mirar al lugar del impacto porque te quedarías ciego. Yo, que también había leído a Julio Verne, y a algún que otro tratado de física, sabía de lo absurdo de morir achicharrado pero con vista, bueno con las pestañas chamuscadas. Y si hubiera tenido la suerte de no quemarme mucho, aunque ya estaría algo reventado y sordo, con la onda sonora, venía después la radioactividad que, con la octava o novena parte que soportan las putas cucarachas, a mi me habrían mandado a cielo de los curas-militares. Por lo tanto al teórico del librito no se quién le habría dado la teoría atómica.

¡Ah! Se me olvidaba lo vi en la cocina del cuartel, garito en el que no te podías agachar delante del cocinero Antonio, aunque fuese para coger un billete de veinte duros del suelo, porque la virginidad la perdías seguro.

Paco Muñoz dijo...

Notas al comentario que se me han quedado atrás:

El (1) después de la palabra malayo.
El (2) después de cura-militar.
El (3) después de “Vencer”.

(1) Para emular a Rafael Gómez, pero en los mares de Malasia.

(2) También decían que el cura militar tenía el mismo defecto, o virtud que Antonio, pero de ninguna de las dos virtudes o defectos afortunadamente puedo dar fe.

(3) El librito en cuestión me lo aprendí de memoria, entonces era un monstruo, y por esa razón no me preguntaban, preguntaban a los que les permitían lucirse. Aunque todo mi afán era que lo hicieran para presumir. Las lecciones de estrategia, balística, guerras NBQ -nuclear, bacteriológica y química-, así como el orden cerrado y abierto, composición de un batallón o regimiento y como no la compañía, e incluso para bordarlo el número de cartuchos que le correspondían a cada infante, los que estaban almacenados en el polvorín del cuartel (dotación permanente)y en el Blanquillo (Dotación de Seguridad)todo aunque te parezca mentira, me lo sabía sin problema, no así el pobre “rubio de Boston”, un chico de Castro del Río, que era la primera vez que salía de la orilla del Guadajoz. Un día en la clase de teórica, después de comer, se quedó traspuesto, y el Sargento de la teórica que era primo de Einstein y estaba hablando del átomo, le tiró violentamente un enorme canto rodado, que le dio en el pecho y como es lógico lo despertó –un poco más fuerte y no se hubiera despertado-, al mismo momento que le gritó –casi siempre era gritando- preguntándole:

-¡Vamos a ver recluta! ¡Cuántos átomos crees tú que tiene esta piedra!

El “Rubio de Boston” que se había despertado sobresaltado con el golpe de la piedra, pero que a pesar de ello la había cogido, la sopeso, echándosela entre una y otra mano un par de veces, y dirigiéndose al Sargento le dijo:

-Mi Sargento, yo creo que aproximadamente medio kilo o tres cuartos.

Evidentemente lo que peso medio kilo fue el guantazo, y el consiguiente arresto. Las risas se convirtieron en nerviosas, cuestión que pasa cuando te obligan a estar callado mucho tiempo sin darte el espacio de respiro correspondiente, hecho que significó el recibir un insulto todos de su parte, pero que precipitó la terminación de la teórica, con el natural regocijo por nuestra parte.

harazem dijo...

Vaya, Paco, perdona la descortesía, pero es que llevo para adelante demasiadas cosas, y dejo comentarios que amablemente dejáis por aquí para contestar más tarde y, ya sabes, el sobreuso neuronal es lo que tiene, que desgasta las juntas y las descoordina. El caso es que estuve pensando un buen rato en una respuesta adecuada, poro me se fue al rato. Soy consciente de que no debo dejar sin contestar los comentarios que me dejáis y prometo firmemente enmendarme. Pero si no lo hago os ruego que volváis a tirarme de las orejas.

Lo del malayo, sí, algo parecido, aunque a los malayos actuales no les hace falta ningún Sandokán cordobés pa encementarse ellos solitos la jungla. Es una de las cosas que quiero comprobar en algunos sitios de Malasia, cómo los Sandokanes actuales y locales han entendido “el progreso”.