(del laberinto al treinta)


viernes, 12 de septiembre de 2008

MÚSICA PARA NARGUILE






Una de las cosas que más placer me han producido en la vida es la narguile. Poder disfrutar de ese artefacto específicamente diseñado para proporcionar sofisticadas sensaciones placenteras ha constituido un complemento perfecto para el estado de razonable felicidad de que he gozado buena parte de mi vida. Hasta que me quité del tabaco. Los sufrimientos que me inferí en la consecución de semejante hazaña me llevaron a renunciar totalmente al disfrute esporádico del humo perfumado y la botella borboteante. Hay quien consigue quitarse de los cigarrillos y puede seguir fumando porros o narguile de vez en cuando, pero yo he sido un yonqui del tabaco toda mi vida y como está escrito en todos los tratados, no existen los yonquis de fin de semana. O eres o no eres o te conviertes en el eterno lloriqueante del mehtoyquitandooooo. Así que lo mío fue radical. Quitarme definitivamente del disfrute de cualquier alcaloide administrado en forma de humo. Para un individuo tan vicioso y tan débil como yo supuso una de las pocas hazañas de voluntad de las que puedo sentirme orgulloso

Yo descubrí la narguile en mi primera visita a Egipto en mayo del 91, cuando la recientísima primera guerra del golfo permitió el fenómeno verdaderamente inusitado de poder pasear por las pirámides a lo largo de todo un día absolutamente solos. El año anterior había fumado algunas en Túnez, donde pasé un verano estudiando árabe, pero me parecieron demasiado fuertes, herederos como son de la tradición dura turca, como lo sirios. Fue el descubrimiento del ma’asal (tabaco impregnado de melaza) lo que me enganchó definitivamente a las boquillas. La conversión ocurrió en el café Fishaoui, un decrépito café lleno de encanto y de espejos situado en un mahfouziano callejón de Khan el Khalili, a dos pasos de la puerta del hotel Hussein, nuestro reiterado lugar de asentamiento en El Cairo cuya incorregible cutrez consigue sin esfuerzo paliar el disfrute de un balcón sobre la plaza de El Hussein, uno de los espacios urbanos más divertidos del mundo.


Vista de la plaza y la mezquita de El Hussein desde nuestro balcón del hotel Hussein un viernes. Los enormes parasoles (plegables) son un reciente regalo del gobierno saudí a los piadosos cairotas.


Un afortunado y novelesco azar nos había hecho encontrar a nuestros amigos navarros C. y K., que también habían aprovechado el miedo de los turistas para conocer un Cairo inédito, en la terraza del Hussein y con ellos continuamos un increíble viaje que nos llevó hasta Petra, en Jordania, en un viaje atravesando en un barco atestado de refugiados un Mar Rojo infestado de cañoneras de la OTAN y que deberé contar en otra ocasión. Ya digo que en ese año en el Fishaoui, y prácticamente en todo El Cairo, era imposible encontrar más guiris que nosotros. Así que era posible realmente sentir estar viviendo un momento único. Tras las largas excursiones urbanas en el laberinto cairota siempre acabábamos derrotados en las desvencijadas sillas del café. Pedíamos unos tés y una shisha (el nombre egipcio de la narguile, provinente de la homónima turca = botella). Yo ensayaba mi muy primario árabe solicitando una ma’asal (simple de tabaco con melaza) o una tufahi (ma’asal perfumado de manzana) y esperábamos, una vez servidos los tés, ver al shishero (nombre que le dábamos al empleado encargado de preparar y servir las shishas) venir hacia nosotros con el cuerpo principal del artefacto en una mano, y en la otra el tubo, cuya boquilla chupeteaba aspirando con fuerza para conseguir que los carbones encendidos sobre la cazoleta atiborrada de tabaco lo prendieran correctamente. Una vez frente a nuestra mesa, colocaba la botella en el suelo, arrimaba la chupeteada boquilla a su mugriento blusón y lo frotaba con fuerza contra él en un aparente intento de disolver los restos de su saliva con la roña adherida a la tela, pero presumiblemente con la finalidad real, pero frustrada, de higienizarla convenientemente. Tras un a todas luces por nuestra parte infructuoso intento de suplementaria higienización de la boquilla con un socorrido clínex pasábamos a disfrutar colectivamente del sabor y del aroma del humo perfumado en el por una vez no retórico “marco incomparable” del viejo Cairo en su propia salsa. Los ovales espejos instalados en pleno callejón nos devolvían nuestras intrusas imágenes en aquel ambiente a prueba de descripciones tópicas y nos obligaban a reírnos de nuestra propia felicidad regalada de turistas valientes y felices rodeados de exotismo no reciclable. En nuestras posteriores visitas a El Cairo descubrimos que en el Fishaoui y en los lugares más turísticos de la ciudad los shisheros proveían de boquillas individuales y de un solo uso de fabricación china, claro, a los fumadores que solicitaban una narguile con lo que el encanto de las maniobras higienizadoras pasaron a mejor vida.


La última caja de ma'asal tufahi que me traje de El Cairo y que no llegué a abrir tras quitarme del tabaco


Pero en ese primer viaje fundacional nos proveímos de todo lo necesario para tratar de clonar la experiencia cairota en Córdoba. Entonces no existían esos modernos kits de narguiles orientales completos que ahora son la prueba irrefutable del origen de los turistas que salen por las puertas de nuestros aeropuertos. No, nosotros tuvimos que comprar, regateando, uno a uno todos los elementos del paquete narguilesco: la botella, el talle, las cazoletas de barro, los paquetes de tabaco de diferentes calidades... Y embalarlo. Y una vez en casa carburar para proveer de combustible a las insaciables cazoletas de ma’asal. Carbón de barbacoa debidamente troceado. Agujerear una lata de conservas a la que se ha provisto de un asa de alambre, colocarla cargada de carbón en uno de los hogares de la cocina de butano para encenderla, moverla pendularmente unos segundos y dejarla colgada de un tendedero el tiempo justo para conseguir unas brasas en condiciones.



Después, en las sofocantes noches del verano cordobés, disfrutar relajadamente del delicioso humo en mi patio al hilo de una buena conversación o, sobre todo, y ya en solitario, escuchando adormecidamente mis músicas árabes favoritas. Um Kulthum, Abd el Khalim, Warda... Pero desde el primer momento el favorito para tales menesteres fue Abd el Wahab, concretamente una larguísima canción que ocupaba toda una cinta de cassete y que había comprado en Túnez sólo porque me habían comentado que estaba prohibida en muchos países árabes. Efectivamente se trataba de Min ghair leh, el último trabajo del nonagenario cantante, actor y compositor egipcio, a quien se debían las mejores canciones (letra y música) interpretadas por la Gran Dama, Um Kulthum, entre otras muchas la celebérrima Fakarouni. Los ulemas de la Universidad Islámica de El Azhar, casualmente situada frente a propio hotel Hussein, habían dictaminado que ciertas frases como eres mi vida, eres mi religión, habibi eran blasfemas. Túnez conservaba por entonces (1990) su pátina de laicismo heredada del dictador Burghiba, recientemente desfenestrado, y no prohibió la venta de la blasfemia, pero creo recordar que en el propio Egipto, y por supuesto en las monarquías petroleras la canción quedó proscrita. De hecho, la última vez que estuve en El Cairo, en 2003 no conseguí encontrarla ni siquiera en SONOCAIRO, la mejor tienda de música de la ciudad.

Abd al Wahab murió en El Cairo justo el mismo día (3 de mayo de 1991) en que nosotros salíamos en un tren de ella camino de Assuan. Fue en esta ciudad sureña donde me enteré. Compré varias revistas que dedicaban monumentales monográficos a la estrella de la canción fallecido. Desgraciadamente en aquellos tiempos mi árabe me daba para el nombre de las calles y poco más. Así que una vez hojeadas las tiraba. Hoy me hubiera gustado haberlas conservado. Y sobre todo lamenté no haber estado en El Cairo para el multimultitudinario entierro. No recuerdo cuántas personas lo acompañaron en su último paseo, pero leí la cifra y me pareció exorbitante. Aunque sin llegar a rozar las que se juntaron en 1975 para despedir a Um Kulthum: cinco millones.

En el último viaje a El Cairo tuve que soportar la tantálica tortura de tomar un té en el Fishaoui rodeado de una litúrgica nube de humo de shisha y lo que es peor contemplar cómo C. se fumaba una ella sola ante mis narices. Pero me mantuve firme (comme scoglio) y conseguí superar el terrible mono que me embargó.



Pero en recientes días pasados he sufrido dos embates tentacionales de gran calibre que han hecho que se tambalee mi fe en mi mismo. Tras una cena casa de unos amigos apareció de repente una narguile provista de un aromatísimo tufahi (tabaco de manzana). Me resistí como gato panza arriba para no dejarme convencer de colofonar la deliciosa comida con un par de inocentes chupaditas. Comme scoglio. Pero unos días después mi amiga H. se presentó en casa con una colección de productos recién traídos de Siria para organizar una cena árabe típica. Como mi shisha hace tiempo que feneció de una tonta caída traía además la suya propia y un magnífico ma’asal sirio. Pero sobre todo traía un CD de un cantante sirio desconocido para mí que inmediatamente me recordó a Abd el Wahhab. Una voz profunda arropada por unos preciosos arreglos modernos. Entre los sabores de los dulces sirios, el te, el olor del ma’asal y la voz de Abed Azrie, no tuve más remedio que caer. Addio, scoglio.

Bueno, ha pasado una semana y no he recaído en el tabaco. ¿Podré convertirme en un yonqui de fin de mes? ¿Deberé fumar sin peligro narguile en Teheran, lugar al que viajaré dentro de muy poco? Y lo que es más importante ¿conseguiré disfrutar ya en casa de la que pienso comprarme allá como complemento al goce de escuchar a mi nuevo cantante favorito sin volver a engancharme a los asquerosos cigarrillos?


3 comentarios:

casandra dijo...

Sin llegar al amor que tú sientes por la pipa de agua, a mí como bien sabes también me gusta. Pero he aprendido más leyendo tu delicioso artículo que con las fuentes que manejaba:
http://www.sacrednarghile.com/es/mystery.php

Anónimo dijo...

Después de este relato quedas invitado cuando tu quieras a una noche oriental con narguile e incluso si hace falta me arranco por el arte de Tahia Carioca
H.

Anónimo dijo...

aahhhhhhhhh! Qué recuerdos!
Y que envidia! No obstante como soy buena persona me tragaré la envidia malsana que me corroe para desearos feliz viaje por tierras persas.
(Ya estoy deseando leer la crónica del viaje a vuestra vuelta)
Un beso
K.